viernes, 1 de julio de 2016

DE LA ENCICLICA LAUDATO, SI por Hector R. Sandler

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El Papa Francisco ha dado  a conocer una muy completa carta encíclica que comienza  con palabras de “alabanza al  Señor”, que eso significa LAUDATO, SI’. Con  este nombre pasará a ser recordada de aquí en adelante. La expresión  « Alabado seas, mi Señor », era de san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que “la casa en común”, nuestra casa común,  es como una hermana, en cuanto con ella compartimos la existencia; pero sobretodo es  como una bella madre puesto que en sus brazos  nos acoge. 
Destacar la hermandad  entre todo lo creado por Dios es el nervio de esta encíclica. Y Francisco con sobrada razón y múltiples motivos nos lo recuerda  en un tiempo como el  actual en el que los más variados conflictos se dan entre los hombres, entre las sociedades que forman y contra  la naturaleza, hermana y madre a la vez de todos nosotros. Considerando  lo expuesto en este trabajo nuestro, consideramos oportuno y pertinente agregarle algunos  de los pensamientos de Francisco , cuya encíclica trata “Sobre el Cuidado de la Casa Común”.
El cuidado de la  “casa común” es cosa importante.  Para todo lo creado;  pero decisivo para la constitución de la sociedad humana, de cuya forma de ser depende la posibilidad y perfeccionamiento que en este mundo ha de lograr  la vida de todos y cada individuo como tal. El Papa Francisco trata varios temas para atender al cuidado de la “casa común”. Nosotros , para comprender y poner  de relieve el vasto alcance del mensaje del Santo Padre  nos detendremos en dos principales parágrafos de la encíclica  en cuanto se refiere  a la cuestión de la oikonomía necesaria y adecuada al ser humano.  Asunto de gran significación por dos razones: 1) Porque los argentinos una vez hemos ensayado,  al comienzo de la gestación de  nuestra patria,  un modo de lograrlo: la Ley de Enfiteusis de 1826. Primera en el  mundo moderno sobre este delicado asunto ,  plenamente ajustada a la moral cristiana y creada para regir las relaciones de los hombres entre sí sobre la base de una recta relación de todos ellos con el don de Dios, la tierra.  2) Porque aquel impulso fundacional, inspirado por sentimientos semejantes al de Francisco, adquirió valor de norma fundamental en la Constitución de 1853/60, aún vigente  en este punto esencial.
Del trato al oikos. La palabra griega oikos significa “casa”, y ha sido raíz de varios sustantivos compuestos. Aristóteles la  usó en la voz “oikonomia” para exponer sobre la “administración de la casa” doméstica. Al promediar el Siglo XVIII los fisiócratas franceses – inspiradores de nuestros patriotas de Mayo sentaron los cimientos para una nueva ley  a fin de constituir un buen orden social sobre la base de una efectiva  la casa común. El gran cambio consistió en sobre pasar  la “casa doméstica” para dedicar esfuerzos  a pensar  cómo debía ser   “la casa de un pueblo” , como la casa con iguales derechos para todos sus hijos presentes y por venir.  Debía de ser para una  sociedad plural, con múltiple contenidos e intereses, inspirada por una singular fuerza espiritual a la hora de usar los  recursos naturales  de este mundo. Por el Siglo XVI  emergieron los países políticamente soberanos.   La “casa” se había ampliado.  Eran necesarios nuevos conocimientos para dictar las “normas” (nomos) para mantenerla arreglada. Era menester  contar con el  saber adecuado para establecer y mantener el orden en la nueva casa.
Este nuevo saber fruto del alma consciente emergió en el Siglo XVIII y  recibió el nombre de “economía política”. Se trataba de un conocimiento adecuado para ordenar una  nueva y amplia casa: la polis moderna,  una sociedad heterogénea y pluralista. A partir de este nuevo saber  sería posible – ante los variables  problemas prácticos de la vida social -  diseñar para cada momento la adecuada solución mediante el derecho.  Al conocimiento de la economía política le siguió una exposición de las reglas del arte para sostenerla  con el nombre de  “política económica”.
El conocimiento en versión materialista. A comienzos del siglo  XIX cada pueblo arreglaba su casa sin más preocupación que la tenida por la suya propia, ignorando los intereses de la casa ajena,   cuando no lucrando de ella.  Esta despreocupación por la suerte de  la casa ajena y la en extremo egoísta preocupación por la propia ,  habrían de teñir de sangre a los siglos XIX y XX.  Las cruentas  guerras ocurridas esos siglos  y los genocidios en ellas cometidos fueron parte del cambio de contenido de  la   “economía política” y “las política económicas”. Un arrasador espíritu materialista cambió sus sentidos,  sus métodos  y sus fines, Su nueva finalidad fue desarrollar un conocimiento para construir sociedades según modelos materialistas.  El  impulso de las ciencias de lo físico material, ocupadas de todo aquello que se puede medir, pesar y contar obró en este cambio. La reciente economía política fue desplazada por luna supuesta ciencia positiva de la economía.  Medir, contar y calcular matemáticamente las conductas humanas para planificar el orden social fue el talante dominante. 
La reacción contra la visión estrecha. Graves dificultades mundiales emergieron cuando los gobiernos de importantes países decidieron  planificar centralmente la economía social humana. El proceso remató en terribles guerras internaciones, gran tragedia que en parte  cesó en  1945. El horror sufrido  generó un impulso para  precisar más y mejor los “derechos del hombre” y los de cada habitante en su respectiva sociedad. Y  de cada sociedad como parte de una humanidad encaminada hacia la “globalización”  económica. Esta nueva ola  ha puesto en primera línea  la necesidad de prestar atención a la común responsabilidad  de todos y cada uno sobre las exigencias y limitaciones en la tarea de  ordenar el oikos.  Esta vez no solo el de una nación sino la del heterogéneo conjunto formado por todas.  Más aún: el problema de la “casa de todos”  demanda nuevas visiones “ecológicas”.  No solo para hoy sino para un indiscernible pero prolongado futuro en el que se han  de constituir sociedades con cada vez más respeto por  la libertad individual , con incremento de la original fraternidad . ambas fortalecidas por una creciente vigencia de los principios de igualdad de trato y de oportunidades.
Necesitamos un nuevo saber.  Esta reciente evolución exige un mejor cultivo del alma y del espíritu del que somos portadores.   Exige reflexionar sobre el tipo de orden social que hemos de formar para satisfacer las ineludibles necesidades materiales que nuestra condición física demanda de modo y manera que no se posibilite un mayor desarrollo espiritual. Grande es el desafío.  La irrenunciable responsabilidad del hombre en la constitución del  mundo presentó la necesidad de ampliar la noción de “economía” a la de “ecología”. Con este cambio se reconoce la insuficiencia del puro poder politico en la tarea de dictar normas para construir nuestra casa  común. Se necesita ahondar  mucho más en  “la lógica real”  que reina en el mundo dado y descubrir los trascendentes fundamentos sobre los que hay que legislar para alcanzar el  mundo debido.  Dios nos ha donado una casa para realizar nuestra vida en este mundo.   Sabemos que en y de  ella  hemos de vivir. Mas ahora además sabemos que no solo hemos de vivir en y de ella, sino que lo hemos de hacer de manera que la Creación siga el curso pensado por Dios.  No nos ha sido dada esta casa solo para vivir nosotros  sino que se nos ha sido dada custodios de ella (Genesis 1:28).   Hemos de tomar conciencia que somos novísimos colaboradores de la obra de Dios. Esta nueva visión demanda un nuevo saber, parte del cual se ha denominado  “ecología”. Sin embargo  se cometería un  error si se separa de este nuevo conocimiento del conocimiento “económico”. Aquél no ha de ignorar a  éste y éste debe incluir a aquél. Un  buen y  acertado orden ecológico solo puede desarrollarse a partir un mejor conocimiento y establecimiento del debido orden económico humano. La economía tiene por causa eficiente las necesidades materiales de nuestro cuerpo físico (Génesis 3:23 y Levítico 25:23) ;  pero ellas han de satisfacerse  en un orden social orientado  por el novísimo mandamiento que Cristo nos revelara (Juan 13:31).  
La Constitución nacional argentina. Nuestra Constitución política fue lograda tras duros conflictos internos. Un largo  período de guerras intestinas (1810-1851)  precedió al establecimiento de los cimientos para la construcción de  la “casa común de los argentinos”. El Preámbulo de esta Constitución es tan terminante como ignorado. Declara: 1) que la Constitución fue dictada “invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia” y 2) que ha sido establecida no para los escasos habitantes de entonces sino “para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Unidos ambos mandatos  era de esperar que nuestro país fuera, como de hecho logró serlo por un corto tiempo (1860/1910) , tierra de leche y miel, réplica de la “Tierra prometida”. Para nosotros y para millones de exiliados de sus patrias para vivir libres ,  de su trabajo en común y en fraternidad. 
Del Código Civil. Nuestra historia social a partir de mediados del siglo XX, muestra que no hemos acertado en la tarea de actualizar lo  ordenado por nuestra Constitución. Para construir la “casa común” ella dispone empezar por construir “los cimientos para una nueva sociedad”: tierra para trabajar y libre voluntad para trabajarla.  Con ese fin ordena se dicte un Código Civil. En cumplimiento formal de ese mandato  en 1870 fue puesto en vigencia el vigente[1]. Debía asegurar un idéntico derecho de acceso a la tierra a favor de todos aquellos que habitaran nuestro país para vivir de su trabajo. Este mandato constitucional  chocó contra el real orden social existente: la realidad social antes constituida.  El autor del Código zanjó la contradicción entre los intereses de los pocos terratenientes con el interés  de los millones “sin tierra” por venir.  Fabricó una transacción legal entre los intereses de los ya propietarios en tierra y el interés de cada uno de los que arribaran al país necesitados de tierra para vivir y trabajar. Resolvió instituir derecho de propiedad romana  para los primeros y contratos alquiler para los demás.  La “casa fue así dramáticamente dividida”.
La casa dividida a todos arruina. Al cumplirse el primer Centenario  (1910),  más allá de los conflictos sociales secundarios ocurrió lo principal era que “la casa argentina estaba muy  dividida”. Cristo  nos había advertido que “Si un reino está divido contra si mismo, no puede perdurar” (Mc.3:24) y  repitió de modo claro  que “Si una casa esta dividida contra si misma, tal casa no puede perdurar” (Mc. 3:25 y Mt. 12:25). Toda vez que la tierra es la casa material para la vida humana para nosotros y  todos en  este mundo,  el nomos legal que se dicte ha de  asegurar el divino derecho de igual acceso a la tierra para todos y cada uno facilitando de mil modos  el concreto acceso  a ella  para vivir y trabajar.  El Código Civil de 1870, aun vigente en estas disposiciones, nos impulsa al crónico conflicto social. Este tipo de fenómeno institucional traumatiza la conciencia de todos los habitantes. La historia de países esclavistas lo prueba.   Los conflictos se multiplican, aumentan y se extienden a todos los órdenes de la sociedad.  Al trabajo no le sigue la riqueza; a la democracia política no le sigue el gobierno del pueblo; a la enseñanza pública no le sigue la cultura. 
 La sabiduría de los relatos bíblicos en la epístola de Francisco. El Papa Francisco  en la encíclica que comentamos nos estimula a reflexionar sobre estas cuestiones básicas del orden social. Valen  para los 40 millones de argentinos hacinados en una  pequeñísima parte de nuestro vastísimo territorio;   y también para otro tanto igual que  podrían vivir ya en nuestra “casa común”. El Santo Padre expone estas cuestiones  en dos secciones separadas: una rememorando “La sabiduría de los relatos bíblicos” (parágrafos 67/73) y la otra titulada “Destino común  de los bienes” (parágrafos 93/95). Nos permitiremos hacer un breve comentario sobre ambos.
La primera sección contiene sustancialmente lo proveniente de las revelaciones de Dios al pueblo hebreo,  registradas en el Antiguo Testamento. Son de un valor incalculable para los cristianos, si tenemos presente – como debemos tener – que Dios dispuso que nuestro Señor Jesucristo naciera en ese pueblo. Francisco comienza el párrafo 63 con esta tajante afirmación: “No somos Dios”. Afirmación que podría  sorprender por obviedad, pero que cobra enorme sentido por la que le sigue: “La tierra nos precede y nos ha sido dada”. ¡Que enorme verdad y que oscurecida ha llegado a ser  en la época actual, pues pocos  parecen  recordarlo! La meditada lectura del Génesis da cuenta del proceso de la Creación y en ella consta con meridiana claridad que no solo la tierra precedió a todo lo viviente, sino que el hombre fue la creación más tardía de Dios. No se trata solo una cuestión de precedencia temporal sino del radical cambio en el contenido de la Creación. La Creación del mundo físico fue lo primero; todo lo viviente fue creado después (Génesis 1:26 y 1:27). A pesar de la espléndida grandeza de esta obra divina,  sobresale de modo harto singular que ella remate en la creación del hombre. Este acto no fue un otro simple ejercicio de Supremo poder. Fue la puesta en existencia  de  un ser absolutamente nuevo portador de un  sentido universal a cumplirse tras su devenir en la tierra. Dice el Antiguo Testamento: “Entonces dijo Dios: Hagamos el hombre a nuestra imagen y conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). No creaba Dios un ser más en su vasta creación. Creaba un ser viviente para que “señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastre sobre  la tierra” (Génesis 1:26) .Con tal propósito, entre otros profundos,   vino la mayor novedad: “Y creo Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).  Lejos de ser un acto ocasional fue la concreción de  una ignota finalidad divina. Tras crear al hombre y la mujer  narra la Biblia: “Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Por este mandato los humanos somos, entre otras finalidades,  curadores de todo lo existente y esta función – que entraña la obligación de aprender a ejercerla -  nos carga con una responsabilidad que no siempre se ha apreciado en su justa medida. La emergencia de la ecología, como superadora de la economía, es una de las pruebas testigo de este largo pero aun no finalizado aprendizaje.
 El Antiguo Israel versus la Antigua Roma. Prueba que vivimos en este mundo  en constante aprendizaje para llegar a ser lo que en ocultos designios el Señor ha dispuesto,  conviene repasar una y otra vez este pasaje del Antiguo Testamento.  Se trata de la  conducta fratricida de Caín  y su ingenua pregunta  a la pregunta de  Jehová. Luego de haber salido juntos Abel y Caín al campo, y tras haber matado  a su hermano, aparece el Señor y tiene lugar este  diálogo: “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y éste respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9). Caín no tenía idea ni los sentimientos de hermandad que Cristo mucho más tarde nos viniera a predicar.  Aun hoy la mayoría de  las personas no se interesa por sus hermanos en el sentido cristiano. La evolución de la humanidad no ha sido ni es pareja. En esto es un clásico ejemplo  las diferentes sendas seguidas por dos pueblos contemporáneos: el de la Antigua Roma y el Antiguo Israel. Con la salida del pueblo hebreo de Egipto no ocurrió su inmediata  liberación moral. Fue necesario que Jehová revelara a Moisés los mandamientos sagrados  a los cuales los hebreos deberían ceñir sus vidas, la individual y la social. Algunos los aprendieron de a poco tras un constante peregrinar  de cuarenta años en inhóspito desierto.   Solo tras alcanzar un superior nivel moral les fue abierto el paso  a la “tierra prometida”. La historia del perfeccionamiento de este pueblo continuó; pero otro largo periodo habría de transcurrir para que se dieran las condiciones requeridas para recibir a nuestro Señor Jesucristo y pudiera éste pronunciar para toda la humanidad el nuevo y fundamental mandamiento “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:40). ¡Cuan distinta fue la historia de Roma pareja en el tiempo a la del pueblo judío!  Alcanzo a ser un imperio poderoso; pero para entrar en el camino hacia Cristo hubo de ser guiado por los evangelistas del pueblo de Israel.
 Condiciones que dificultan el amor al prójimo. El amor al prójimo  – principal mandamiento cristiano para lo social -  ha de ser ejercido como mandato de Dios; pero su efectivo ejercicio demanda cambios en las condiciones de vida.  De las propias de cada individuo y de las condiciones de la sociedad a la que aquel pertenece. El orden social es el habitat, necesario para que  la persona pueda cumplir su singular destino. Pero para lograr su singular destino  no cualquier forma de orden social es igualmente útil. El orden social habilita o dificulta el desarrollo de cada  hombre como individuo. Y el modo de ser de este orden depende en elevado grado , entre otras cosas,  de su derecho positivo. Aquel orden social  cuya base principal primera consista en  asegurar a todos y a cada uno de sus miembros igual derecho de acceso a la tierra ofrece mejores condiciones para que cada uno cumpla con su destino. Al contrario , todo orden social en el que para la mayoría es difícil cuando no imposible acceder a la tierra para vivir y trabajar, es contrario a los mandatos del Creador.    Este básico  derecho a la tierra nos fue dado por Dios como condición de vida desde la Creación (Levítico: 25:23); pero su especificación concreta en este mundo demanda que cada sociedad humana dicte para sí y para sus miembros leyes positivas  que  pongan en blanco sobre negro los derechos de los individuos  y los de la sociedad sobre la tierra. Esta doble necesidad nos genera una gran responsabilidad ante Dios. 
De la originaria necesidad del derecho. Toda sociedad debe  dictar y practicar un  derecho objetivo que concilie el beneficio general con los derechos subjetivos de cada individuo y el derecho subjetivo de cada conjunto que se forma en la sociedad. Dice el Papa Francisco que muchas interpretaciones incorrectas han hechos los hombres en esta materia. Nos recomienda, para lograr la ley positiva correcta,  estar atentos  a la “relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza”. Con toda modestia, nos atrevemos a glosar esa feliz idea, explicitando su vasto alcance: igual relación de reciprocidad debe existir entre todos los hombres como personas. Continúa afirmando Francisco: “Cada comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras” (Parágrafo 67). Este es en la actualidad asunto de la más grave urgencia y lo ha de resolver toda sociedad que pretenda  ser el amable hogar  para hombres libres,  quienes tratados en un pie de igualdad, puedan  cumplir con el divino mandato de fraternidad. Es un problema crucial cuando se “constituye”  formalmente toda sociedad humana. Nuestra Constitución 1853/60 ha acatado esa exigencia y la actual la mantiene. Pero no es menos crucial que ella cobre efectiva vigencia en la vida de la sociedad. La ley positiva dictada al servicio de turbios intereses obra en contra de la salud social y la de sus miembros.  Hemos de prestar mucha atención a los emergentes conflictos de cada día para evitar que en miras a su inmediata solución nos aparten de la recta Constitución que hemos de mantener. Dice Francisco: “Hoy creyentes o no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos”. “Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados”. Nuestro deber como ciudadanos es actuar para que ese mandato moral sea realidad apelando a un correcto derecho positivo. Un sistema legal que permite a los dueños de la tierra apropiarse para sí de la renta del suelo e incluso negociar con el capital social que sobre ella crece por el trabajo de todos no se ajusta al derecho cristiano. Es esta una cuestión central a la hora de establecer una “relación responsable entre el hombre y la naturaleza”.
Debemos asumir el reto de Francisco. El valioso pensamiento central de la encíclica nos congratula y estimula  para seguir adelante en la investigación que estamos empeñados. Al mismo tiempo, la valiente actitud del Santo Padre al tratar esta cuestión y exponerla  urbi et orbe, nos anima a hacer un respetuoso comentario a título de glosa. Pensamos que para nuestro país es de absoluta necesidad que los hombres de estudio  profundicen en estos problemas. Necesitamos renovar nuestro derecho positivo  para un mejor desarrollo social al servicio del hombre con fortalecimiento de la fraternidad cristiana. Francisco reproduce las palabras de Juan Pablo II, escribiendo: “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes”. La evolución histórica ha hecho que el derecho sobre la tierra, primer recurso de vida, permanezca acantonado en los límites de la soberanía política de cada Estado nacional. Sin perjuicio de apuntar a una creciente universalización de la cuestión, como bien afirmara Juan Pablo II,  debemos atender al problema en nuestra “casa”.  Asi como Jesucristo  dijera  a la laboriosa Marta  «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola” (Lucas 10:38/42), así conviene recordar a los dirigentes y maestros argentinos prestar atención a la principal cuestión para la vida material, la tierra y su valor, a la que se tiene en total olvido. Para asegurar la libertad de trabajo, la igualdad de trato y reforzar la fraternidad social, hay que  distinguir entre el derecho de acceso a la tierra (para vivir y trabajar)  del derecho de la sociedad sobre el capital social generado por el trabajo de todos y que se expresa  en el precio de cada lote de tierra en propiedad.  Este valor de la tierra  se incrementa día a día por la creciente población y la demanda de bienes y servicios. Para un país prácticamente despoblado como el nuestro, al que con toda comodidad  podrían poblar varios cientos de millones de familias, sigue siendo principio válido “gobernar es poblar”. No solo hemos fallado en este objetivo social sustantivo sino que para colmo hemos fallado en que los pocos que han poblado nuestro país no puedan  todos siquiera “vivir bien”. Vale decir,  conforme a la dignidad de la condición humana. Nuestra principal meta y tarea en esta vida terrena es espiritual. Pero en tanto tengamos que cumplir parte de nuestra vida en este mundo terreno, hemos de incluir como primera meta espiritual  el dictar un derecho positivo que ponga a todos en condiciones de igualdad para acceder al suelo y asegure para la sociedad los recursos que provienen del “capital social” que sobre la tierra crece.



[1] Acabado de escribir este texto durante el curso del año 2015,  fue reformado el Código Civil por la Ley 26.994. El nuevo código reforma la organización interna de las instituciones , suprime algunas y crea  otras nuevas. Pero deja en pie en plena y efectiva vigencia el anterior sistema de derecho de propiedad sobre la tierra, razón  por la cual para nada se invalida las críticas expuestas en este trabajo, las que le son totalmente aplicables. 

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